lunes, 4 de mayo de 2015

Agnosticismo y hedonismo.

-¿Cómo se ve usted dentro de 5 años?
-¿Cómo se describe a usted mismo?
-¿Cuáles son sus fortalezas y sus debilidades?

Estas son las típicas preguntas en una entrevista de trabajo y, que a mi parecer,  están demasiado trilladas y faltas de originalidad.
Tal vez las personas nunca se cuestionan sobre su  relación con el mundo y el lugar que ocupan en él ni tampoco cómo se definen respecto de este. El mundo nos exige que asumamos un determinado rol en varios aspectos que son de relevada importancia. Los dos más controversiales, al menos así parece ser, son la religión y la política.

Agnosticismo.
Por definición, agnosticismo, a diferencia de ateísmo,  es la creencia en algo supremo, no necesariamente un solo ser, sino muchos seres o leyes también, que gobiernan la parte espiritual de las personas pero cuyo entendimiento está más allá de la mente humana y, por lo tanto, quienes nos declaramos agnósticos no nos matriculamos bajo ninguna religión, secta o doctrina ya que, al menos en mi caso, esto implicaría rechazar todas las demás.
“La religión es el opio del pueblo” dice la frase atribuida a Carlos Marx. Sin ser comunista, he llegado a creer que es cierto. Mi aversión a matricularme en este o aquel grupo religioso se debe a la intolerancia e irracionalidad de los miembros de dichos grupos. Debo reconocer que en una época de mi vida yo mismo fui parte de uno de ellos y por ello hablo con conocimiento de causa.
Me crié en un ambiente muy católico y mi desencanto por esta forma religiosa surgió recién empezando mi adolescencia. La pereza mental de sus miembros y las incongruencias de su máximo libro, que en realidad son muchos libros, es lo que más me motivó a buscar otra fuente de respuestas a mis inquietudes sobre el porqué de muchas injusticias y a muchas dudas sobre la condición de humano. El catolicismo también tiene una gran deuda con la humanidad. Su silencio durante el holocausto de la segunda guerra mundial, sus perversas alianzas con los reyes de la Europa medieval para mantenerse en el poder, la perversa mal llamada “santa” inquisición, los miles de seres asesinados por no estar de acuerdo con sus posturas y entre ellos resalto a aquella mujer excepcional de la Antigua Alejandría: Hipatia, vilmente torturada y asesinada y cuyo victimario  fue nombrado santo y se le conoce como “San Cirilo”.
El nuevo catolicismo, en lo que se refiere a barbarie y sangre, es el fanatismo islamita. En estos tiempos de los asesinatos en vivo y en directo, hemos sido testigos del salvajismo con que son degolladas, lapidadas y mutiladas miles de personas ya sea por ser originarias del “gran satán”, su orientación sexual, su vida sexual entre los principales. Hablar, o mejor, tratar de hablar con un fanático religioso es imposible. Prefieren dejar morir a un ser querido a salvarle la vida debido a sus creencias.
Así que no me hablen de religiones, no me interesa si eres católico, testigo de Jehová, pentecostal, adventista… No me interesan tus debates sobre si María es virgen  o no; sobre si Jesús era el mesías o no; sobre si la segunda venida de Jesús está cerca o no. Lo único que me interesa es saber qué le aportas al mundo para hacerlo mejor con tu presencia. 
Otro  aspecto que me desencantó de las religiones, de las que conozco, es su recalcitrante estoicismo. Esa visión de la vida no va conmigo. No quiero creer que somos unos pobres pecadores que merecemos castigo, que somos unos seres que merecemos las cosas malas que nos pasan. Que el fin está cerca y tenemos que arrepentirnos –con respecto al fin del mundo, he sobrevivido a tantos que ya creo que soy inmortal.

Hedonismo.
Disfrutar de la vida… Qué interesante idea. En estos tiempos modernos, mucho más modernos y esclavizantes que los que nos mostró Chaplin en su magnífica obra de arte, disfrutar de la vida es sinónimo de tener. Y para tener hay que producir. Y para producir hay que trabajar. Y para trabajar hay que sacrificar lo que en verdad nos importa. Es una ironía-paradoja esto. Queremos disfrutar de la vida, pero para hacerlo hay que sacrificar lo importante. Sin embargo, creo, esto viene de la premisa expuesta en la tercera oración de este párrafo. Los medios masivos, en especial la televisión, nos han vendido la idea de que en el tener se  es feliz. Nos han castrado para disfrutar de aquello que es simple, sencillo, natural y agradable a los sentidos sin necesidad de tanta parafernalia llena de pixeles y códigos binarios.
El placer va ligado a los sentidos. Por medio de ellos podemos disfrutar de muchas cosas que no necesariamente sean sinónimos de tener, de opulencia u ostentación.
Ver una mariposa es algo extraño, yo me sorprendo cuando veo una. Hace poco tuve la dicha de tener una posándose en mi mano. 


Hay tanto por ver: un arco iris es algo maravilloso. Tratar de identificar sus siete colores a la distancia y transportarnos a la infancia cuando aún no habíamos perdido la capacidad de asombro. Ver una iguana cruzar casi  por tus pies. Ver como las letras se juntan ante tus ojos y forman palabras y esas palabras forman oraciones y esas oraciones forman párrafos y esos párrafos forman poemas, cuentos, novelas, libros y deleitarnos con el mundo, o mundos, a los que nos transportan. Ver una mujer hermosa, la sonrisa de un niño, un perro callejero jugar con otro. Ver un gatito jugar con una cuerda, pelota, cortina... Nuestros ojos son las mejores cámaras de video que proyectan sus imágenes en nuestra mente.
Escuchar el sonido de los pájaros en la madrugada –los que aún podemos hacerlo ya que la selva de cemento cada vez nos arrincona más. Escuchar una chicharra cantar en la noche. Escuchar una hermosa melodía como el Adagio Albinoni. Escuchar la voz dulce de una mujer hermosa e inteligente.
Sentir la lluvia caer en tu cara sin la presión del tiempo. Caminar descalzo en la grama después de la lluvia –algo que hacíamos de niños pero ya no. Sentir una caricia, un abrazo. Sentir la piel del ser deseado y, ojalá, amado; hundirse en su humedad y conectarse íntimamente mientras las miradas se encuentran llenas de amor y deseo que solo quienes lo han vivido lo entenderán.
El placer no está en el tener. Nos han engañado. El placer está en aquello que nos hace sentir vivos; en aquello que nos hace estremecer y erizar la piel.  Ese es el hedonismo que yo busco y no la falsa ilusión de abundancia.
Cuando en una próxima entrevista de trabajo me pidan que hable sobre mí, creo que llevaré una copia de este blog y el próximo puesto que me falta hablar del tercer aspecto por el cual me defino.